Diana Andrade / Yolanda Pineida / Araceli Carvajal / Carmen Briones
© Fundación Internacional para Educación la Ciencia y la Tecnología, “FIECYT” 155
expresarse, comunicarse y comprender el medio que les rodea. Para llegar a este proceso hay
que centrarse en el desarrollo y adquisición del lenguaje. Por tanto, en este trabajo de se
analiza desde la postura de diferentes autores, entre otros, Piaget, Bruner y Deval.
Piaget, en su enfoque sobre el desarrollo cognitivo, sugería que el lenguaje era un
subproducto del desarrollo de otras capacidades cognitivas, es decir, un proceso secundario
que emergía a medida que el niño adquiría habilidades cognitivas más complejas. Sin
embargo, Bruner (1984) planteaba una visión diferente, subrayando que sin la capacidad de
simbolización no podría surgir el lenguaje. Desde esta perspectiva, el lenguaje se entiende
como una habilidad fundamental que se construye a partir de la capacidad del niño para
simbolizar, lo cual requiere no solo de capacidades innatas, sino también de una interacción
social significativa. Así, el desarrollo del lenguaje no es simplemente un proceso autónomo,
sino que depende en gran medida de la interacción activa del niño con su entorno,
especialmente con los adultos que proporcionan los estímulos adecuados para facilitar este
aprendizaje.
Este debate sobre el origen del lenguaje ha sido central en las teorías del desarrollo
humano, especialmente en cuanto a la influencia de factores externos e internos en su
adquisición. Las influencias intrínsecas, como las características físicas y genéticas de cada
niño, así como su estado de desarrollo general, juegan un papel crucial en este proceso. Estos
factores pueden predisponer al niño a adquirir el lenguaje de manera más rápida o lenta,
dependiendo de su propia biología y capacidades cognitivas.
Por otro lado, las influencias extrínsecas, aquellas relacionadas con el entorno social y
cultural del niño, también son determinantes. La familia, como principal agente socializador,
juega un papel fundamental. La forma en que los padres y hermanos interactúan con el niño,
sus estilos de cuidado y las características del entorno familiar, como el estatus
socioeconómico, influyen en el desarrollo del lenguaje. A su vez, la cultura en la que el niño
está inmerso también marca el ritmo y las características de su aprendizaje lingüístico, dado
que el lenguaje es, en última instancia, una construcción social y cultural (Molina, 2008).
En la actualidad, el Ministerio de Educación ha implementado la Inclusión Educativa,
buscando garantizar el derecho a una educación de calidad para todos los niños, niñas,
adolescentes, jóvenes y adultos, independientemente de sus características personales, a
través del acceso, permanencia, aprendizaje y culminación de sus estudios en todos los niveles
educativos. Esta política educativa tiene un impacto crucial en la vida de los niños y jóvenes
con discapacidades, pues busca romper con las barreras históricas de exclusión y
proporcionar oportunidades educativas igualitarias.
Sin embargo, a pesar de los avances en términos de políticas inclusivas, existe un
número significativo de niños y niñas con discapacidad que aún no tienen la oportunidad de
participar plenamente en la educación. En muchos casos, estos niños se encuentran entre los
últimos en beneficiarse de los recursos y servicios disponibles, especialmente en contextos
donde estos son escasos. Con demasiada frecuencia, estos niños son vistos con lástima o, lo
que es aún más grave, son objeto de discriminación y abuso. Esta situación perpetúa la
exclusión social y educativa, impidiendo que estos niños alcancen su máximo potencial.
Las privaciones que enfrentan los niños y adolescentes con discapacidad constituyen
una violación de sus derechos fundamentales y de los principios de equidad. Estos derechos
están estrechamente ligados a la dignidad humana, que debe ser respetada para todos los
miembros de la sociedad, incluidos aquellos más vulnerables y marginados. Es necesario, por
tanto, reconocer y actuar sobre las disparidades que enfrentan estos niños para garantizar que
puedan acceder a las mismas oportunidades de desarrollo y aprendizaje que sus compañeros
sin discapacidad (Lake, 2013).